María Paula Rodríguez
Delegación SODePAZ – UPV/EHU
España es un país de puertas abiertas. Con 4 idiomas oficiales, 8 dialectos y una inagotable variedad cultural, este país ibérico se caracteriza por su variada oferta en gastronomía, arte y ocio. Es el tercer país más visitado en Europa gracias a su abrumadora multiculturalidad, sabores y festivales, que debe a su historia enriquecida por sus constantes y singulares flujos migratorios. Los movimientos migratorios datan de hace más de 125.000 años, sin embargo no ha sido sino hasta las últimas décadas que se ha cuestionado la existencia de los migrantes. Según las Naciones Unidas, un migrante es una persona que se ha trasladado a través de una frontera internacional o dentro de un Estado, de su residencia habitual, independientemente de su estatus legal, las causas de su traslado o la duración de su estadía. Según la misma entidad, más de 272 millones de personas son migrantes, y cerca de 5.2 millones de ellas viven en España. El décimo país en recibir migrantes de todos los continentes, según los últimos informes publicados por el Instituto Nacional de Estadística.
Euskadi, tierra de acogida
Desde el año 2003 la comunidad vasca ha desarrollado cinco planes de inmigración para mejorar las condiciones de los inmigrantes y para facilitar su inersión en la sociedad. El V Plan Vasco para la Inmigración para los años 2018-2020 incorpora el “Pacto Vasco para la Inmigración”, un compromiso que asegura el éxito de la convivencia dentro de la comunidad. Este pacto no solo exige la incorporación de mecanismos de denuncias contra comportamientos racistas, discriminatorios y xenófobos; sino también alienta la pluralidad en la sociedad vasca y una ciudadanía inclusiva enmarcada en los Derechos Humanos. Siendo la novena comunidad con el mayor número de extranjeros, la propuesta de Euskadi es contundente para erradicar la discriminación e integrar adecuadamente a los migrantes a la sociedad vasca, o al menos así es establecido en el papel.
Percepciones y Realidades.
Una de las organizaciones que ha implementado el Gobierno Vasco para analizar, aprender y valorar los flujos migratorios del territorio vasco es Ikuspegi, el Observatorio Vasco de Inmigración. Anualmente genera diferentes estudios, nvestigaciones y estadísticas que detallan en profundidad la situación actual de los migrantes y las percepciones que tiene la población vasca sobre ellos.
El barómetro publicado en diciembre del 2020 revela información que contradice los objetivos propuestos en el “Pacto Social Vasco para la Inmigración”. La percepción del derecho de igualdad varía significativamente según los diferentes ámbitos en que se evalúe. Respecto a la sanidad y la educación, más del 70% de la población está de acuerdo en que la población de origen extranjero, sin importar su estatus legal, debería tener acceso a ello; sin embargo, en lo que respecta a ayudas económicas, viviendas sociales o el derecho a voto, los porcentajes se reducen a menos del 20%. El barómetro de Ikuspegi concluye que los prejuicios hacia la población migrante en estos aspectos, se deben principalmente a la preocupación que expresa la sociedad hacia el Estado de Bienesta.
En lo que respecta a los modelos de coexistencia, los ciudadanos vascos se encuentran en posiciones divididas. Por un lado, el 74% de ellos consideran que la diversidad étnica enriquece la vida cultural en la comunidad, sin embargo por otro lado, el 56% está de acuerdo en que “Los inmigrantes deben abandonar parte de su religión y de su cultura que pueda se conflictiva con nuestra legislación”, dejando la mayor parte de la responsabilidad en el proceso de integración y adaptación a los inmigrantes.
El estudio indica que incluso aunque las instituciones vascas opten por un modelo de manejo multicultural y diverso, transferir este modelo a la sociedad es un proceso lento y complejo, que requiere un esfuerzo colectivo de tanto nacionales como migrantes. También es necesario un cambio en el discurso mediático y público, en el que se eliminen los estigmas y prejuicios en contra de los distintos colectivos, especialmente los magrebíes, pakistanis y rumanos, ya que todavía suscitan “Desagrado y sospecha” entre los ciudadanos vascos.
Yolanda Oquelí, activista Guatemalteca y refugiada en España, fue obligada a migrar tras varios atentados sufridos en su país por su labor como activista. En su tierra natal defendía los derechos de la “Pacha Mama” y ahora, viviendo en España aboga no solo por los derechos a la tierra, sino por la situación de los migrantes. “No nos queremos ir de nuestros países, nos obligan a irnos”, aclara esta activista, que insiste en la importancia de evaluar no las migraciones, sino las causas que generan las migraciones.
“No nos queremos
ir de nuestros
países, nos
obligan a irnos”
Vivir en un mundo interdependiente, como el actual, genera el bienestar a costa del dolor y sufrimiento de otros, la herencia colonial sigue vigente hasta el día de hoy y se refleja en los flujos migratorios del sur al norte, que obliga a los emigrantes de países empobrecidos a buscar refugio en Europa o Estados Unidos, aguantar humillación y sufrimiento ya que es la única manera de “salvaguardar la vida”. Presentar balances optimistas pone de manifiesto los vacíos que existen en la sociedad y que tiene que hacerse visibles: “Hay una gran responsabilidad en asumir que sí hay un racismo interno”, este debe ser el primer paso para avanzar, y para conseguir el único objetivo de
los migrantes: “Un trato digno, solo queremos que nos respeten”.
“Yo pensaba
estar por un
solo año, quería
volver”
Nair tiene 69 años y desde hace 17 vive en Bizkaia, ha trabajado en cuidados de personas de manera casi ininterrumpida, y a pesar de su edad debe trabajar al menos un año más para obtener su jubilación y poder volver a su país, Bolivia. Llegó a España en el año 2003 por sus 4 hijos, ya que quería darles una educación. Sin embargo, la falta de oportunidades de empleo en su país la obligaron a quedarse durante más tiempo “quería volver, pero cuando allá no hay trabajo, no se puede”.
Aunque sus diferentes empleadores, nacionales y extranjeros, le han tratado con respeto, en ocasiones han vulnerado sus derechos, “Estuve trabajando con ellos un año, pero no me empadronaron, tuve que insistir porque sin padrón no me atendían en el ambulatorio”. Su trabajo como interna le implica 24 horas atendiendo a una persona, con dos horas libres al día, y horarios que se extienden de las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche, su sueldo ronda los 750 euros, y cuenta con un día de descanso, los domingos de 10.30 de la mañana para ingresar de nuevo a las 9 de la noche. Las redes de apoyo y relaciones personales también se convierten en un desafío cuando se trabaja en el cuidado de personas, y especialmente como interna. “Si uno saliera, puede establecer amistades. Pero siendo interna, no”, las relaciones se ven limitadas al ámbito en el que trabajan y a personas en su misma situación como migrante. A pesar de los años que lleva viviendo en el País Vasco, la tristeza y nostalgia por su país y su familia sigue presente “Yo ya quiero irme y no regresar”.
A pesar de que las instituciones vascas promueven la integración entre personas autóctonas y personas migrantes, son esas mismas instituciones las que marcan el sesgo e impiden la multiculturalidad en los espacios de grupo, así lo ha asegurado Ceci, una mujer mexicana que ha vivido durante los últimos 6 años en Bilbao. Vivió con su pareja de origen vasco en México durante varios años, y a raíz de problemas de salud han tenido que volver a Euskadi: “Fue un regreso forzado, por la necesidad”. El desarraigo es una lucha personal de cada una de las personas que migra, y a pesar de las diferentes condiciones de cada persona, el desarraigo y el choque con la nueva cultura es fuerte, para ella, a pesar de las comodidades que pueda tener acá, no reemplazan el calor humano “Acá las comodidades te resguardan del frío, pero te aíslan. Yo estaba habituada a vivir en grupo”.
“Acá las comodidades te resguardan del
frío, pero te aíslan. Yo estaba
habituada a vivir en grupo”.
Ceci ha sido activista en México y a su llegada al País Vasco intentó seguir con sus labores, sin embargo, encontró barreras que se lo impidieron, “Acá hay un activismo muy blanco y se naturaliza
que la gente no socializa. Me costó comprender que eso era lo natural”. Además de entender el ctivismo de una forma distinta, el nacionalismo fue otra barrera que le impidió hacer parte de ese grupo, al no compartir ese objetivo nacionalista que está presente en los activismos.
Más allá del racismo que se pueda experimentar, la mexicana señala que la problemática no responde únicamente a cuestiones de nacionalidad o de origen, sino que es el clasismo también un impedimento para dar acogida a las personas extranjeras. “El racismo y el clasismo son una bomba para acoger la diferencia”. Además, de institucionalizar la acogida de personas, para Ceci es importante aprender de otras culturas, porque es parte de deconstruir el racismo existente y a partir de ello construir: “Ya no hay vuelta atrás, tenemos que convivir y esa convivencia la tenemos -que construir”.
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